Por Pablo Fernández.
No es discurso sino cosa visceral. La necesidad de estas temperaturas en las fotografías que acompañan la entrada viene de una urgencia que fue inmediata y asociada, que se puede rastrear en el texto de Paul Celan como estímulo para esta decisión estética.
En su poema dibuja una serie de contornos que uno podría ligar a su biografía, a la forma de tratar la carne y el tiempo de los domingos como ya advertía Cioran en su Brevario de Podredumbre, conversándonos sobre la incomodidad de ciertas horas que acongojan el cuerpo, como cualquier otro transcurso. Coraje para quien quiera salvarse en esos días penosos.
«[…] nacidos en un eterno domingo, miran y miran mirar. La pereza es un escepticismo fisiológico, la duda de la carne. […] La única función del amor es ayudarnos a soportar las tardes dominicales, crueles y (palabra muy cara), que nos hieren para el resto de la semana y […]»
Igual que Celan, estos dos autores ubican en parte de su obra ciertas claves que nos devuelven a un espacio de nostalgia, de continuo duelo por una pasividad que atraviesa estos días y horas, ya impresos de una vulnerabilidad reactiva a cualquier expresión de saber que estamos otra vez en la misma.
Corona
En mi mano el otoño come su hoja: somos amigos.
Extraemos el tiempo de las nueces y le enseñamos a caminar:
regresa el tiempo a la nuez.
En el espejo es domingo,
en el sueño se duerme,
la boca dice la verdad.
Mi ojo asciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos palabras oscuras,
nos amamos como se aman amapola y memoria,
nos dormimos como el vino en los cuencos,
como el mar en el rayo sangriento de la luna.
Nos mantenemos abrazados en la ventana, nos ven desde la calle:
tiempo es de que se sepa,
tiempo es de que la piedra pueda florecer,
de que en la inquietud palpite un corazón.
Tiempo es de que sea tiempo.
Es tiempo.
De La arena de las urnas, 1948. Paul Celan.
© Pablo Fernández
© Pablo Fernández